Al día siguiente descansamos todo lo que pudimos, pues el buen tiempo continuaba estable. Cenamos pronto y de nuevo al saco, y a saco, al día siguiente, el día 28, nos esperaba la Torre Central.
Esta vez fijamos la hora de la alarma a las 2:00, pero no hizo falta, porque la ansiedad hizo las veces de reloj biológico: la Bonington-Whillans , vía normal a la Torre Central , no nos lo iba a poner tan fácil como la Monzino.
Llegamos al corredor después de hacer idéntica aproximación que para la Torre Norte. Esta vez, en lugar de ensamblarlo, lo hicimos a pelo, en integral, pero no sufráis por nosotros porque es mejor hacerlo así: menos tiempo expuestos y la ausencia de cuerda hace que tiremos menos piedras al compi que viene detrás.
Una vez en el Collado Bich, descubrimos la ingrata sorpresa de que no éramos los únicos que queríamos escalar la Central aquel día, y aún peor, que pese al madrugón, no éramos los primeros: delante teníamos una lenta cordada de tres que nos ralentizó durante toda la ascensión. Barajamos la posibilidad de adelantarlos, pero la idea se esfumó cuando descubrimos que habíamos olvidado el croquis abajo.
Durante toda la jornada las nubes brillaron por su ausencia, pero el viento patagónico, hermano mayor del viento tarifeño, fue un compañero inseparable e insoportable. El granito de la Torre Central es el mejor que mis manos han podido tocar y las fisuras de manos eran abundantes e increíbles, en especial, el famoso diedro rojo, con 3 largos de 7a+, 7a y 6c respectivamente, que Jona se encargó de firmar a vista, salvo una caída en el primero, la única de toda la escalada.
Una vez en el hombro, le dije a Jona: “vamos a ensamblar y los adelantamos”. Eso hicimos, a pocos largos de la cumbre los pasamos y, horas después, tomaríamos conciencia de lo acertado de dicha decisión, cuando pudimos ver sus frontales rapelando en la noche.
Llegamos a la ante cumbre y aún faltaba una larga travesía un tanto expuesta y, de “postre”, un largo de 6a+ delicado de proteger. Pese al ritmo de ascensión, no lento, pero habitualmente más rápido, pese a nuestro fiel compañero, el viento, pese a la fatiga acumulada, las dificultades, y las más de diez horas de escalada, conseguimos alcanzar la cumbre de la Torre Central. Estaba tan extenuado que no pude disfrutar de este momento como me hubiera gustado y siento que he apreciado aquellos instantes mucho después de coronar la cima.
Atrás había quedado un sueño para nosotros: ascender la Torre Central del Paine por la vía Bonington-Whillans ED+, 700m, 7a+ o 6c/A2, veinte tres largas horas campo base-cumbre-campo base.